CAMBIO DE RITMO: BASURA BAJO LA ALFOMBRA

_“No podemos resolver problemas pensando de la misma manera que cuando los creamos.”_

— Albert Einstein

Por: Isidro Aguado Santacruz

Hoy, en Cambio de Ritmo, lectores, quiero hablarles de nuestra ciudad… pero a manera de historia.

Era de noche y llovía. De esas lluvias que no sólo mojan, sino que parecen querer arrancarle el polvo a la ciudad a fuerza de gotas densas y persistentes. Un joven repartidor, casco en mano y mochila empapada a la espalda, esquivaba charcos como quien sortea abismos. Al llegar a la esquina de la 5 y 10, su moto patinó sobre una costra de aceite mezclada con basura. Cayó. Se levantó sin drama. No era la primera vez. Dijo algo entre dientes y volvió a montar. A pocos metros, una coladera rebosaba desechos arrastrados desde colonias enteras. Nadie parecía sorprenderse. Nadie se inmutó.

Imaginemos que a esa escena llega un forastero, alguien que no conoce Tijuana, y presencia todo esto por primera vez. Podría pensar que fue un accidente aislado, producto del azar. Pero si camina unas cuadras más, si se atreve a recorrer la ciudad sin filtros, notará que no fue la lluvia la que provocó el caos. Fue la costumbre. La costumbre de vivir encima de la basura y debajo de las promesas.

Pero de pronto, como un eco que se multiplica en espectaculares, redes sociales y notas oficiales, escucha una consigna casi heroica: “Tijuana, Ciudad Limpia”. Y uno pensaría —por un instante breve, casi ingenuo— que detrás de esa frase hay un proyecto urbano serio, integral, de fondo. Hasta que camina unas cuadras más.

No escribo estas líneas con ánimo de golpear, ni por afán de criticar por criticar. Mis letras no son un dedo flamígero, sino una herramienta para escarbar, entender, proponer. Quien escribe ama esta ciudad, pero como todo amor sincero, no cierra los ojos ante lo evidente. Y lo evidente, lamentablemente, es que Tijuana no está limpia. Ni en la superficie, ni en sus raíces.

¿Cuántas veces nos han prometido lo mismo con distinto nombre? Desde los años noventa con programas como “Una ciudad para todos” o “Tijuana Bonita”, hasta esta versión mediática y bien maquillada de “Ciudad Limpia”, el guión ha cambiado poco: brigadas fotogénicas, escobas nuevas, pintura sobre baches viejos, y muchos contratos de servicios que se reparten más rápido que el polvo que levantan.

Datos del INEGI revelan que más del 40% de las viviendas en zonas populares de Tijuana carecen de recolección de basura constante. Según la Secretaría de Medio Ambiente local, cada tijuanense genera en promedio 1.2 kg de residuos diarios, lo que representa más de 2,000 toneladas de basura al día. Sin embargo, el sistema de recolección logra cubrir apenas el 70% del total, dejando más de 600 toneladas diarias sin recoger, que terminan en arroyos, terrenos baldíos o drenajes colapsados.

Y no se necesita un informe técnico para constatarlo: caminen por la colonia 3 de Octubre, por Camino Verde, la Sánchez Taboada, la Libertad o la Francisco Villa. Calles donde el camión pasa cuando puede, cuando no se descompone, cuando no hay paros laborales por falta de pago. Lugares donde el 072 ya es un número simbólico que pocos marcan… y menos aún esperan respuesta.

Y es ahí, entre bolsas de basura acumuladas y la resignación cotidiana, donde surge la verdadera pregunta: ¿quién se beneficia de estos programas de limpieza? ¿Son para la ciudadanía o para quienes adjudican contratos y se toman la foto de rigor?

En Tijuana, las lluvias ya no limpian: destapan. Nos enfrentan con lo que escondimos durante meses. Las alcantarillas colapsan no solo por hojas o tierra, sino por toneladas de residuos que jamás debieron llegar ahí. Cada tormenta —como la de enero pasado— inunda colonias completas porque los arroyos están tapados, las pendientes saturadas y el sistema pluvial superado. Y sin embargo, seguimos improvisando. Seguimos actuando como si bastara un barrido superficial para resolver un problema estructural.

Otros países han enfrentado desafíos similares. En Japón, por ejemplo, el reciclaje es una responsabilidad compartida: los ciudadanos separan, limpian y entregan su basura según normas estrictas. No hay camiones de basura diarios, sino civismo diario. En Bogotá, con su programa “Cultura Ciudadana”, se logró cambiar hábitos colectivos y recuperar el respeto por el espacio público sin depender de espectaculares ni promesas huecas. Y sin ir tan lejos, Medellín transformó su sistema de residuos integrando rutas ecológicas, tecnología de geolocalización, sanciones efectivas y participación barrial. No lo hicieron con discursos, sino con voluntad, planeación y honestidad.

Aquí propongo —no desde la arrogancia, sino desde la urgencia— algunos pasos que podrían ayudar:

Primero, una reestructuración real del sistema de recolección de residuos, con incentivos ciudadanos, rutas funcionales y vigilancia digital.
Segundo, educación ambiental desde preescolar, que forme una generación menos tolerante con el descuido.
Tercero, recuperar el espacio público como símbolo de dignidad, no como escaparate de campaña.
Cuarto, implementar zonas limpias como zonas modelo, donde se capacite, se mida el impacto y se replique.
Y quinto, sancionar a quienes desvían recursos bajo programas fantasmas, porque la basura también tiene cómplices de cuello blanco.

La ciudad no se limpia con escobas ni con slogans. Se limpia con políticas públicas serias, con ética pública, con ciudadanía activa. Y sobre todo, con la capacidad de mirar el problema de frente.

Porque Tijuana no merece más maquillaje, ni otro programa fugaz. Merece una limpieza profunda. De sus calles, de sus sistemas… y de su discurso.

Adaptarse al compás de la vida no es tarea sencilla; en Cambio de ritmo, intento no perder el paso. Que tengas un excelente inicio de semana lector.

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